jueves, agosto 25, 2005


FALACIAS VALÓRICAS


Mientras más cueste más elevado

y permanente,

y a mayores luchas mayores glorias.

Aristo Cartessi


A nadie le cabe duda que para construir la sociedad de mañana, los esfuerzos sustantivos deben concentrarse en la formación de las nuevas generaciones. Los recién nacidos de hoy serán los adultos que estructuraran el mundo que nos sucederá. Al igual que para el agricultor, la elección de la mejor semilla incrementa las probabilidades de una cosecha de calidad y abundante, los nutrientes, materiales e inmateriales, que proporcionemos a los niños y jóvenes de hoy, elevan la esperanza cierta de una sociedad en que los valores, en el sentido aristotélico, guíen las decisiones de los hombres grandes que ciertamente ellos serán.

Asistimos a un mundo convulsionado, a sociedades desmembradas, a relativismos que tienen la espesura de una cuartilla de papel y el vuelo de una esfera de jabón, directrices rectoras que no resisten el menor análisis o pruebas de existencialidad y trascendencia. Las virtudes vinculadas a la sensibilidad por las dolencias del vecino suelen escasear. La globalización, aspiración mercantil e ideológica, desde tiempos inmemoriales, concebida como intercambio o trueque útil de genuinas obras de la brillantez humana, dista ciento ochenta grados de aquella que intenta imponerse cruel e indolentemente en nuestros días, en que el desdibujamiento de las individualidades excelsas simplemente entierra las esperanzas de una sociedad venidera amigable, solidaria, fraterna y justa, hoy la fuerza se ejerce artera y fría. El control del fuego, del capital, y del poder subsecuente, no se imponen, con demasiada frecuencia, conforme a normas de interés de la sociedad universal, sino que, bajo mantos camaleónicos, ocultan intereses egoístas y mezquinos, la indolencia exacerbada se encuentra por toneladas bajo la epidermis de declaraciones aparentemente democráticas.

Mientras el mundo necesita, crecientemente, educación, trabajo y salud, una triada gloriosa que llevará al Olimpo a los estadistas que sean capaces de entenderla en toda su magnitud, los detentadores del poder, en cada punto del planeta, simplemente dejan al libre arbitrio la implantación de desvalores rotundos, metamorfoseados como referentes dignos de imitar y seguir, atributo exclusivo de los genuinos valores, en estricto simplemente valores. La pena es inmensa al verificar que las falacias valóricas se apoderan del corazón del mañana: los millones de niños y adolescente, inocentes, que sin filtro alguno las asumen como modelos a imitar. ¿Quién puede contraponerse, sólidamente, a que la transitoriedad de la fama, el éxito abrupto, el glamour, los emergentes seudo líderes, representan una mil millonésima, en términos de personas, de todos los futuros hombres y mujeres del mundo venidero?. ¿Puede uno sólo ser rebatir que las fortunas y reductos de aquellos se basan en el mayor empobrecimiento de los más pobres y humildes, que consumen couché lustroso por toneladas?. ¿Quién puede negar el embotamiento con que millones de adolescentes, descuidando el cultivo verdadero de sus vidas, se sientan durante maratónicas horas frente a los aparatos de televisión, tras la clave de sueños falaces?. Debemos ser insistentes y repetitivos en la defensa de la trascendencia y el desarrollo construido sobre parámetros que provoquen la movilidad social, el mejoramiento cimentado en resultados de largo plazo, y, por encima de todo, en beneficio de la comunidad planetaria. No se trata de países ni gobiernos en particular, menos de partidos políticos u otros conglomerados de poder, sino que simple y maravillosamente en función de la sonrisa y la felicidad de nuestros niños.

Son incontables los adolescentes, en todas las sociedades y culturas, que rechazan los lineamientos de los padres, que se resisten a los consejos de quienes les aman, que confunden amor de verdad con luces y destellos de escenarios de fumarolas y pirotecnia abominable. Sepan los jóvenes que me puedan leer, con uno y sólo uno sería feliz, que cuando sus padres les ponen límites, reglas y normas de conducta, y no lo duden ni un instante, están frente a una expresión de amor que quizás nunca a lo largo de toda su vida volverán a experimentar. No se dejen llevar por la transitoriedad y la ligereza con que los agobian a cada instante, en los escaparates, en las pantallas de la televisión, en miles de horas de programación radial pestilente, en revistas e insertos, que invitan a un mundo que, casi con toda certeza, uno y sólo uno de cada muchos millones podrá rozar apenas, mientras el resto compruebe que perdió, irreversiblemente, años que no recuperarán, y que los verdaderos sueños y proyectos se construyen con trabajo duro y persistente. Mientras más cueste más elevado y permanente, y a mayores luchas mayores glorias.

Los hombres y mujeres que nos cuidarán en nuestras camas de ancianos, o en casas de reposo, luego de atendernos, o lisa y llanamente visitarnos, al retirarse deben sostener con fuerza el cetro de la dirección que están obligados a ejercer. Ya no por los viejos, sino que ahora por sus propios descendientes, sus hijos, nuestros nietos y biznietos, así ya estarán encabezando la generación de recambio. Es en ese momento en que la sociedad volcará la mirada sobre ellos, y es esa la oportunidad única de glorificarse actuando para beneficio de sus congéneres.AC