sábado, agosto 27, 2005


SERES NOTABLES



Seres notables, como mi portador

de noticias esperadas,

hay millares en todos los sitios


Aristo Cartessi

En el primer instante dudé, creí reconocer, entre las capas de piel envejecida, cuidadosamente plegadas una sobre otra, un rostro grabado en algún sitio de mi memoria primera, de los más tempranos inventarios de mis primeros años. Por unos segundos quedé como petrificado, quizás así se sintieron los que volviendo la mirada atrás se trocaron en efigies salinas. Si alguien hubiese estado conmigo probablemente me hubiese indicado que omitiera mi sorpresa, creyendo ver simple morbo en el gesto, sin saber lo que ese hombre gatilló en mi historia; era, por cierto, un ser notable, que como muchos de ellos, circulan entre nosotros cubiertos por el anonimato.

En un solo segundo la certeza se hizo presente, era él, sí, el mismo de antes... pero con las huellas de sus tareas. El rostro amable y la voz resuelta de la época en que voceaba las cartas, casa por casa, ya era historia; sabía los nombres de todos los que recibían de sus manos los esperados sobres. Aún recuerdo, como si hubiera sido hoy por la mañana, aquel día en que, desconocedor de lo que me entregaba, alegrando el corazón de aquel niño soñador, uno de mis más preciados tesoros de hoy: el hermoso sello conmemorativo de la llegada del hombre a la luna. Me fue entregado en una soleada mañana de Agosto.

El sobre con la impresión en relieve y el timbre de la primera emisión, llegaban a mis manos sin proponerse futuro alguno. Tampoco sabiendo que más adelante sería una de mis piezas con más hondo significado. El portador de tanta potencia, se me apareció hoy: tantos años de cargar la pesada valija en su hombro derecho, aquella terminó amputándole el brazo por completo, la manga incontenida pendularmente iba y venía al ritmo de su caminar. La mirada, aún con esa expresión adusta y severa de antaño, le mantenía la expresión gallarda de su semblante; la nariz romana y el mentón de centurión lo hicieron ver tal cual imaginé a un antiguo guerrero, que libró valientes jornadas en los campos de Marte. Las suyas fueron bajo la lluvia, atacado por canes desconocidos o insultado por insensibles villanos que proyectaban la voz cobarde, escudados tras los gruesos barrotes de las ventanas.

¿Quién soy?, ¿Quiénes somos?, la resultante de los recuerdos heroicos, como la reaparición de este cartero alado de mi infancia; de las penas más intensas, como aquella que surgiera al ver romperse el filamento de la razón y el diálogo, imponiéndose la fuerza de las llamaradas que enrojecían la salida de las bocas circunferenciales.

Las hebras, que nos unen a cada uno de nuestros recuerdos, forman el tejido que, fundido con el de todos, componen la estructura sobre la que descansa la sociedad. Seres notables, como mi portador de noticias esperadas, hay millares en todos los sitios, el problema es que nos hemos olvidado que, a pesar de no verlos hace mucho, deambulan por las calles sin pedir homenajes, sin embargo, ellos son los verdaderos constructores del futuro, filtrándose a través de nuestras vidas. El relojero, el zapatero, el tendero, el afilador de cuchillos, todos ellos jamás pensaron siquiera que, por su sola existencia, incorporaban el primer material trascendente de nuestras propias existencias. Son ellos, sus rostros y sus manos, sus tristezas y sus alegrías, quienes nos deben hacer ver el sentido auténtico de todos nuestros avatares, con frecuencia insulsos, en que confundimos grandeza con éxito, gloria con fama o trascendencia con figuración.

La paz, tan esquiva desde las primeras comunidades humanas, los valores, tan fugaces a veces, y la fraternidad, una palabra que algunos no se atreven a pronunciar, y, entre todos los descubrimientos o propuestas lo mejor hasta hoy, la democracia, esta suerte de modelo y forma de vida, que con los siglos no ha cambiado en su esencia, y que sin embargo ha sido manoseada a arbitrio de sus manoseadores, representan algunas de las aristas fundamentales, ¡y tan simples que son!, para hacer una sociedad digna, pacífica y creadora, en la que cada uno de sus miembros dedique una porción de su tiempo propio en beneficio de los otros, con este simple ejercicio es de total certeza que el mundo, en dos o tres generaciones, podría volcar la estupidez y la insensatez que parece guiar a gran parte de quienes tienen el control de los mandos.

Personas simples, silenciosas, que nada más hicieron lo suyo y que, con el tiempo, se han convertido en contornos. No es necesario el concurso de alambiques para retomar el camino. Un momento, sólo uno, en la longitud de onda acertada, y constataremos que, tras la pirotecnia, el norte de la sociedad, puede surgir de improviso, simple y sencillamente con la recepción de un sobre de manos de un ser notable.AC